1las primeras sillas en las sinagogas y los primeros asientos en los banquetes. 2Estos, que devoran las casas de las viudas y como pretexto hacen largas oraciones, recibirán mayor condenación. 3Estando Jesús sentado frente al arca del tesoro, observaba cómo el pueblo echaba dinero en el arca. Muchos ricos echaban mucho, 4y una viuda pobre vino y echó dos blancas, que equivalen a un cuadrante. 5El llamó a sus discípulos y les dijo: —De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que echaron en el arca. 6Porque todos han echado de su abundancia; pero ésta, de su pobreza, echó todo lo que tenía, todo su sustento. 7Entonces comenzó a hablarles en parábolas: —Un hombre plantó una viña. La rodeó con una cerca, cavó un lagar, edificó una torre, la arrendó a unos labradores y se fue lejos. 8A su debido tiempo envió un siervo a los labradores, para recibir de los labradores una parte del fruto de la viña. 9Pero ellos lo tomaron, lo hirieron y le enviaron con las manos vacías. 10Volvió a enviarles otro siervo, pero a ése le hirieron en la cabeza y le afrentaron. 11Y envió otro, y a éste lo mataron. Envió a muchos otros, pero ellos herían a unos y mataban a otros. 12Teniendo todavía un hijo suyo amado, por último, también lo envió a ellos diciendo: "Tendrán respeto a mi hijo." 13Pero aquellos labradores dijeron entre sí: "Este es el heredero. Venid, matémosle, y la heredad será nuestra." 14Y le prendieron, lo mataron y le echaron fuera de la viña. 15¿Qué, pues, hará el señor de la viña? Vendrá, destruirá a los labradores y dará la viña a otros. 16¿No habéis leído esta Escritura: La piedra que desecharon los edificadores, ésta fue hecha cabeza del ángulo; 17de parte del Señor sucedió esto, y es maravilloso en nuestros ojos? 18Ellos procuraban prenderle, pero temían a la multitud, porque sabían que en aquella parábola se había referido a ellos. Y dejándole, se fueron. 19Entonces enviaron a él algunos de los fariseos y de los herodianos para que le sorprendiesen en alguna palabra. 20Y viniendo le dijeron: —Maestro, sabemos que eres hombre de verdad y que no te cuidas de nadie; porque no miras la apariencia de los hombres, sino que con verdad enseñas el camino de Dios. ¿Es lícito dar tributo al César, o no? ¿Daremos o no daremos? 21Entonces él, como entendió la hipocresía de ellos, les dijo: —¿Por qué me probáis? Traedme un denario para que lo vea. 22Se lo trajeron, y él les dijo: —¿De quién es esta imagen y esta inscripción? Le dijeron: —Del César. 23Entonces Jesús les dijo: —Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. Y se maravillaban de él. 24Entonces vinieron a él unos saduceos, quienes dicen que no hay resurrección, y le preguntaron diciendo: 25—Maestro, Moisés nos escribió que si el hermano de alguno muere y deja mujer y no deja hijos, su hermano tome la mujer y levante descendencia a su hermano. 26Había siete hermanos. El primero tomó mujer, y murió sin dejar descendencia. 27La tomó el segundo y murió sin dejar descendencia. El tercero, de la misma manera. 28Así los siete no dejaron descendencia. Después de todos, murió también la mujer. 29En la resurrección, cuando resuciten, puesto que los siete la tuvieron por mujer, ¿de cuál de ellos será mujer? 30Entonces Jesús les dijo: —¿No es por esto que erráis, porque no conocéis las Escrituras ni tampoco el poder de Dios? 31Porque cuando resuciten de entre los muertos, no se casarán ni se darán en casamiento, sino que son como los ángeles que están en los cielos. 32Y con respecto a si resucitan los muertos, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, cómo le habló Dios desde la zarza diciendo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? 33Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Vosotros erráis mucho. 34Se le acercó uno de los escribas al oírles discutir; y dándose cuenta de que Jesús había respondido bien, le preguntó: —¿Cuál es el primer mandamiento de todos? 35Jesús le respondió: —El primero es: Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios, el Señor uno es. 36Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. 37El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que estos dos. 38Entonces el escriba le dijo: —Bien, Maestro. Has dicho la verdad: Dios es uno, y no hay otro aparte de él; 39y amarle con todo el corazón, con todo el entendimiento, y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios. 40Y viendo Jesús que había respondido sabiamente, le dijo: —No estás lejos del reino de Dios. Ya nadie se atrevía a hacerle más preguntas. 41Mientras estaba enseñando en el templo, Jesús respondiendo decía: —¿Cómo es que dicen los escribas que el Cristo es hijo de David? 42David mismo dijo mediante el Espíritu Santo: Dijo el Señor a mi Señor: "Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies." 43David mismo le llama "Señor"; ¿cómo es, pues, su hijo? Y la gran multitud le escuchaba con gusto. 44Y en su enseñanza decía: —Guardaos de los escribas, a quienes les gusta pasearse con ropas largas y aman las salutaciones en las plazas,